La naturaleza, a semejante de la revelación, testifica del amor de Dios. Nuestro padre celestial es la fuente de vida, sabiduría y gozo. Mira las maravillas y bellezas de la naturaleza. Piensa en su prodigiosa adaptación a las necesidades y la felicidad, no solamente del hombre, sino de todas las criaturas vivientes. La luz del sol y la lluvia- que alegran y refrescan la tierra-, los montes, los mares y los valles; todo nos habla del amor del creador. Es Dios quien suple las necesidades diarias de todas sus criaturas.
“Los ojos de todos miran a ti, y tú les da su alimento a su tiempo. Abres tu mano, y satisfaces el deseo de todo ser viviente”.

Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa tierra, al salir de la mano del creador, no tenía manchas de decadencia ni sombra de maldición. La transgresión de la ley de Dios –la ley de amor- es lo que ha traído consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento que resulta del pecado se manifiesta el amor de Dios. Esta escrito que Dios maldijo la tierra por causa del hombre. Los cardos y las espinas- las dificultades y pruebas que hacen de su vida una vida de afán y cuidado- le fueron asignadas para su bien, como una parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios, para su elevación de la ruina y degradación que el pecado había causado. El mundo, aunque caído, no es toda tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas están cubiertas de rosas.

“Dios es amor” está escrito en cada capullo de la flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de  melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados arboles del bosque con rico follaje de vivientes verdor; todos da testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos.

La palabra de Dios revela su carácter. El mismo ha declarado su infinito amor y piedad. Cuando moisés oro:” te ruego que me muestres tu gloria!”, señor respondió: “yo hare pasar toda mi bondad delante moisés y proclamo: “¡Jehová, jehová!  Dios fuerte. Misericordioso y piadoso; tardo para ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y pecado!” Él es tardo para enojarse y “de grande misericordia”, “porque se delita en la misericordia”.

Dios ha unido nuestros corazones  a él con señales innumerables en los cielos y en la tierra. Él ha procurado revelársenos mediante las cosas de la naturaleza y de los más profundos y tiernos lazos que el corazón humano pueda conocer. Sin embargo, estas cosas solo representan imperfectamente su amor. Y a pesar de que se habían dado todas estas evidencias, el enemigo del bien cegó la mente de los hombres para que ellos miraran a Dios con temor, para que lo consideren severo e implacable. Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es justicia inexorable; (es decir) como un juez severo, un duro y estricto acreedor.

Pinto al creador como un ser que está vigilado con ojos celosos para discernir los errores y las faltas de los hombres y así poder castigarlos con juicios. Fue para disipar esta sombra oscura, revelar al mundo el infinito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres.
Tal amor es incomparable. ¡Hijos del rey celestial! ¡Promesa preciosa! ¡Tema para la más profunda meditación! ¡El incomparable amor de Dios, el amor por un mundo que no lo amaba! Este pensamiento tiene un poder subyugador sobre el alma y hace que la mente quede cautiva a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, mas vemos la misericordia, la ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramente discernimos las innumerables evidencias de un amor que es infinitito y de una tierna piedad que sobrepuja la anhelante compasión de la madre por su hijo extraviado.

  
¿Me Amas?... Apacienta Mis Ovejas.
Juan 21:17

Hace muchos años, en una cruel mañana fría de febrero, un pequeño estaba parado descalzo frente a una zapatería en la ciudad de Nueva York. Una mujer que pasaba por la calle le dijo a su chofer que se detuviera. Se bajó del automóvil y rápidamente se dirigió al muchacho. “pequeño”, ¿Por qué miras con tanta atención esa vitrina?
“le estaba pidiendo a Dios un par de zapatos”, contesto, temblando. La mujer lo tomo de la mano y entro en el negocio. Pidió al propietario que le diera media docena de pares de calcetas. También pidió un recipiente con agua y una toalla. Cuando se las trajeron, llevo al niño a la parte de atrás del negocio, se quitó los guantes, se arrodillo, le lavo sucios pies y los seco con una toalla.

Luego le dio un par de medias para que se pusiera. Volvió al frente del negocio y compro un par de zapatos. Mientras se iba dijo: “Espero, pequeño compañero, que estés más cómodo”.
Él le tomo la mano y con lágrimas en sus ojos le contesto: “¿usted es la esposa de Dios?”

Si amas a DIOS, se notara.