(Por @_Munekitha - @ibcjovenes)
Alguien le dijo a james Farmer, ex
director de la comisión pro igualdad racial: “¿Qué espera de mí? Yo no soy más
que inocente espectador”.
Farmer le respondí: “si ustedes es un
espectador, no es inocente”. El sentido de culpa que sienten los “creyentes
espectadores” a menudo se expresa a través de una actitud defensiva. La mejor
forma de librarse de culpa es involucrándose en la obra del señor. Su “sígueme”
es un llamado divino a una participación activa en la evangelización del mundo.
Lo que tiene importancia en la actualidad es terminar la tarea global. Cristo
señalo la insuficiencia de una religión rutinaria cuando dijo: “este pueblo me
honra con la boca, pero su corazón está lejos de mi” (Mateo 15:8).
Como agradarle es el tema de este
capítulo. El apóstol Pablo expreso su deseo con estas palabras:
“Procuramos agradar siempre al señor,
ya sea que dejemos este cuerpo o que sigamos en el” (2 corintios 5:9). A otros
escribió: “que sigan ustedes portándose (como ya lo están haciendo)… de la
manera que nosotros les enseñamos que lo hicieran para agradar a Dios”
(tesalonicenses 4:1).
El amor hacia cristo
nos constriñe
El deseo de un creyente de agradar a
cristo da vida al siguiente relato: “Jesús había ido a Betania, a casa de simón,
al que llamaban el leproso. Mientras estaba sentado a la mesa, llego una mujer
que llevaba un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro, de mucho
valor. Rompiendo el frasco y derramo el perfumen sobre la cabeza de Jesús.
Algunos de los presentes se enojaron, y se dijeron unos a otros: ¿Por qué se ha
desperdiciado este perfume? Podía haberse venido por más de trescientos
denarios, para ayudar a los pobres. Y criticaban a aquella mujer. Pero Jesús
dijo: déjenla; ¿Por qué la molestan? Esto que me ha hecho es bueno. Pues pobres
siempre los tendrás entre ustedes, y pueden hacerles bien cuando quieran; pero
a mí no siempre me van a tener. Esta mujer ha hecho lo que ha podido: ha
perfumado mi cuerpo de antemano para mi entierro. Les aseguro que cualquier
lugar del mundo donde se predique el mensaje de salvación, se hablara también
de lo que hizo esta mujer, y así será recordada” (Marcos 14:3-9)
El relato es intrigante. Notamos el
elocuente tributo que le hace Cristo a María al decir: “Ha hecho lo que ha
podido”. Le hizo una gran promesa al decir:
“En cualquier lugar del mundo donde
se predique el mensaje de salvación, se hablara también de lo que hizo esta
mujer, y así será recordad”
¡Es una profecía notable! Lo que se
destaca en este relato es la calidad del amor que tenía María hacia Cristo. Así
como los artículos de oro labrados en la antigüedad, su amor llevaba una marca
que indicaba su pureza y autenticidad. Nuestro señor reconoce un amor que es
genuino. En vísperas de su crucifixión, Jesús dijo a sus discípulos: “si
ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos” (juan14:15). Y, otra vez: “El que
recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama” (juan
14:21). Después de su resurrección emerge la misma idea. Tres veces seguidas le
pregunta a pedro: “¿me amas?” (Juan 21:15-17). ¿Qué responderías tu si él le
hiciera esa pregunta? La fuerza que tiene nuestro amor hacia el señor es la que
distingue nuestra fe de una mera “religión cristiana”. María estaba
profundamente emocionada al acercarse con el frasco de alabastro, romperlo, y
derramarlo sobre la cabeza de Jesús.
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